lunes, 16 de marzo de 2009

Intentando pintar el mundo


El santiagueño mostró su canto visceral. Y aportó sus versiones de temas que van de Serrat y Blades a Spinetta.

Por: Sandra de la Fuente / ESPECIAL PARA CLARIN

El apellido Carabajal es sinónimo de Santiago del Estero, y Peteco -uno de sus portadores más prolíficos- sabe que su tan finísimo como pícaro humor y todas sus obras defienden su cuna más que cualquier proclama de la tradición. Peteco no precisa cubrirse con un poncho, exagerar su tonada ni ahondar en anécdotas del pago para extender el certificado de autenticidad folclórica que suele reclamar el público porteño. Como tampoco necesita proteger a sus chacareras de las puertas que les abren el sonido eléctrico. Con Aldeas, el nuevo disco que presentó en el Ateneo, el conocido "pinta tu propia aldea y pintarás el mundo" intenta trastrocarse en un "pinta el mundo y pintarás tu aldea"; la poética de su Santiago se entrelaza con piezas del cancionero hispanoamericano.La misma base instrumental -a la voz, guitarra o violín de Peteco se suman la de Demi Carabajal (batería), Homero Carabajal (guitarra), Daniel Patanchón (guitarra) y Martín Ulrich (bajo)- que viste sus piezas se extiende al Mediterráneo, de Serrat; al Sebastián, de Rubén Blades, a Oh! Melancolía, de Silvio Rodríguez y a Los libros de la buena memoria, de Spinetta, aunque hay que reconocer que el sofisticado texto spinetteano suena ajeno en boca de Peteco, él mismo reconoce no haber llegado a entender nunca aquello de "prestidigitan bajo un halo de rouge". Las imágenes de clásicos paisajes argentinos entremezcladas con algunas estimulantes pinturas del mismo Peteco se suceden en un telón de fondo un poco descuidado. Como la voz visceral pero también vocinglera de Peteco, su violín eufórico, su potente guitarra o los arreglos un poco convencionales y sin contrastes de cada canción, la sucesión de imágenes reclama cierta jerarquización y el tamiz de una mejor edición. Sin duda el gran volumen y la tibia elaboración de cada arreglo se llevan mejor con los grandes festivales, con la amplitud de esos escenarios abiertos que estimulan al baile antes que a la escucha mirada minuciosa que propone la intimidad del teatro. Pero el contraste llegó con la ronda de invitados cuando con la voz de Laura Ros (hija de Tarragó) sonó el bombo solista. De la mano de Graciela, hermana de Peteco, sonaron la Chacarera del bombisto y otros clásicos. La noche cerró con la voz en cuello del Chinito, un niño caracterizado como un gaucho cuya espontaneidad fue canjeada por los bien aprendidos tics de los cantores festivaleros.

Fuente: http://www.clarin.com.ar/

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